miércoles, 23 de septiembre de 2009

Con Un Perro Detrás De Ti...

Si en algo le sobra creatividad al ser humano, es en inventar excusas. Prácticamente desde que aprendes a hablar, aprendes a inventar cosas para justificar o eludir las cosas que haces. Los niños hasta se ven chistosos, diciendo que se comieron el chocolate aunque tengan los dientes cafés o las niñas que dicen que no se maquillaron aunque les brille la cara.

Como todo en el ser humano es evolución, con el tiempo las excusas se hacen más sofisticadas y convincentes. ¿Porque no utilizar esa creatividad en otra cosa? Pero bueno, no es el punto de esta entrada. El punto es que, a pesar de las muchas excusas que pones para no hacer tu nuevo negocio, no buscar otro trabajo, dejar a esa pareja infiel o ya no irle al equipo de fútbol que siempre pierde, tienes todo el potencial para hacerlo.

Cuando eramos niños, uno de nuestros amigos era muy llorón para subirse a los árboles. Mientras todos estábamos trepados, se la pasaba en el suelo lloriqueando que jugáramos a otra cosa. Sin embargo, como niños lindos, nos quedábamos arriba y nos reíamos de él. Siempre inventaba excusas para decir porqué no se subía. Que sí se le ensuciaba la ropa, que lo regañaban, que había insectos, que le daba flojera, etc. Eso hasta que llegó su inspiración, su deseo de superación y su sueño de estar hasta la cima, entre los que se atreven y miran a los demás en el suelo.

Como muchas otras cosas, toda esa gran oportunidad llegó muy bien disfrazada, que solo los que ponen mucha atención pueden ver. Él no estaba poniendo atención, así que no la vio hasta que le gritamos que la viera.

Su oportunidad llegó en la forma de un perro. El típico perro cruzado de haragán, aguantador, incansable y bravo. El perro vivía en una casa al lado de donde estaban los árboles y, como buenos niños, nos dedicábamos a molestarlo desde el otro lado de la barda de alambre.

Hasta ese día. No se si el dueño dejó la puerta abierta por descuido o para darle al perro la oportunidad de vengarse, pero el chiste es que el perro salió corriendo y se dirigió a la presa más a la mano: el que no se subía a los árboles.

Mi amigo volteó a ver el perro. Aunque no estaba en su lugar, puedo imaginar la cara del perro, la boca abierta, los colmillos brillando y los ojos con la expresión de “ahora sí, ríete mendigo...”. Lo que vino después fue un alarde de equilibrio, balance, velocidad y fuerza. Nunca había visto a alguien subir un árbol tan rápido y tan alto.

A partir de entonces, todos estábamos en los árboles. Quién antes inventaba de todo para no subirse, le agarró más gusto que los demás, al punto de que, años después, estuvo en clubs de alpinismo y subió muchas montañas.

Hay muchas razones sociológicas, psicológicas y físicas para no hacer cosas, y seguramente tienes algunas. Sin embargo, también hay un momento en que decides mandar todo al diablo y realizar lo que realmente quieres.

El perro puede ser un buen aliciente para que hagas cosas, pero mejor hazlas por ti. Después de todo, no puedes depender del mejor amigo del hombre para que cambie todo en un instante.

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