miércoles, 15 de junio de 2011

La emoción del comienzo

Pocas cosas hay más emocionadas y listas que un recién egresado. Cuando una de mis sobrinas me dijo que por fin había terminado sus estudios y ya tenía carrera, me dio mucho gusto.

Al visitarlos en su casa no paraba de brincar, dar vueltas y decir, una y otra vez, cómo habían sido las cosas, cómo le habían dicho que ya era oficial y todo lo que quería hacer.

La forma atropellada de hablar, el brillo en sus ojos, el que no pudiera estar más de dos segundos quieta en un lugar me recordó mis viejos tiempos.

Lo más importante es que ella no paraba de hablar de todo lo que haría, de los trabajos, negocios y mil cosas que empezaría.

Y, dos semanas atrás, en vez de un abrazo de felicitación, le había dado uno de consuelo, diciéndole que todo estaría bien. Era una chica temblorosa, desvelada, cansada e increíblemente preocupada.

Sus exámenes, sus trabajos finales, los promedios… con un fuerte aliento a café y comida chatarra me decía cómo estaba de preocupada y sobre qué pasaría si no terminaba.

Eso había desaparecido. Hoy veía a alguien con una energía inagotable e impaciente por enfrentarse a todo lo que la vida le pudiera echar encima.

¿Y ésta es la misma chica que estaba lloriqueando hace dos semanas?, me pregunté. Efectivamente, era ella misma, pero con una nueva actitud.

Tal vez es lo que nos falta a algunos. Si ya tus ojos no brillan, si ya no te emocionas, tal vez quieras ir a alguna graduación, aunque te tengas que colar.

Ver esas ganas, ese anhelo y, sobre todo, esa satisfacción en sus ojos es, realmente, contagioso. Tal vez salgas con la energía que te hace falta para volver a empezar.

Y quién sabe, igual y en unos años te veo brincando de gusto…

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